Bienvenidos
Los criminólogos sostienen que las cárceles a pesar de su intención rehabilitadora terminan convirtiéndose en escuelas del crimen; Con los hogares ocurre lo mismo: si bien la familia es el espacio privilegiado donde se construye la autoestima, la confianza en sí mismo y en los demás, la seguridad, los valores de justicia, honestidad, solidaridad, respeto… es también desafortunadamente el lugar donde suceden gran parte de las experiencias traumáticas que acompañan al ser humano a lo largo de su vida. Es en la familia que los hijos viven la experiencia de violencia, chantaje, triangulación… que los convierte en el depósito de los conflictos de sus padres incapaces de escuchar, y hablar con honestidad; incapaces de dialogar cuando enfrentan los problemas propios de la convivencia humana. De diversas maneras la familia tristemente se convierte en promotora de conductas disfuncionales y de heridas de la infancia que difícilmente se borran con el paso del tiempo para convertirse más tarde en herencias invisibles; en problemas que contaminan a toda la sociedad a través de generaciones y generaciones. Prácticamente en cada familia existe un hijo lastimado, abandonado; un padre, física o emocionalmente, ausente, violento, sobreprotector… que en su tiempo también vivió carencias, agresiones, abandonos… un padre que a pesar de su buena intención, más que facilitar, dificulta el desarrollo de su hijo. Lo que somos y aprendemos en la familia, finalmente lo reproducimos posteriormente en todos los ámbitos de nuestras relaciones.
De pronto me sorprendo cuando en momentos de crisis, tensión, frustración… repito con mis hijos esas conductas que tanto me lastimaron durante mi infancia; De pronto sin darme cuenta: agredo, soy impulsivo, grito, desconfío, critico, juzgo, ofendo, devalúo, miento, hablo mal de mi pareja frente a mis hijos exactamente como lo hicieron conmigo y un día me juré a mí mismo jamás repetir (G.N).
La capacidad de construir salud mental y restaurar heridas a través de diversos profesionales de la salud mental, instituciones gubernamentales, sociedad civil… es mínima cuando se compara con la rapidez endémica con la que se propaga “el trauma familiar y social” en un mundo cada vez más violento. Terapias, consejos, libros, conferencias, sermones dominicales, programas sociales preventivos, acciones de apoyo a la familia, a la mujer, al adicto, al codependiente, al neurótico… apenas rascan la superficie del problema y aunque a veces resultan de gran ayuda su impacto es limitado para incidir en la calidad de vida del grueso de las familias de la comunidad.
Ante todo esto nos preguntamos: ¿Qué nos toca hacer más allá de sentirnos objetos lanzados por la inercia de tantos hábitos destructivos en nuestra familia y comunidad? ¿Tendremos que esperar a que alguien transforme las condiciones estructurales generadoras de pobreza extrema, el consumismo, la depredación ecológica, la impartición discrecional de la justicia, la impunidad, la violencia intrafamiliar… ¿Acaso debemos esperar que se modifique mágicamente la estructura social para entonces si cambiar nosotros?
La sociedad no es algo abstracto, la sociedad somos todos y se construye justamente en el hogar, por ello desde nuestra trinchera de facilitadores de la conexión humana, nos sentimos convocados a concentrar estratégicamente nuestros esfuerzos en el lugar donde justamente se teje la socialización del ser humano: la familia. Nuestra propuesta, inspirada en el sueño –utópico y posible a la vez– de construir en todos los rincones posibles del país, un espacio familiar de crecimiento emocional accesible y sustentable. ¡Sí!, un recurso que no implique añadir una dependencia más, de un especialista o agente externo, a menudo inaccesible –económica y geográficamente–; un recurso que impulse el proceso de sanación y desarrollo continuo en la familia como sistema inteligente, sano y armonioso.
Nos inspira, en esta propuesta, la confianza profunda en el poder de “la familia que dialoga” para salir adelante y reencontrar su función original de ser espacio privilegiado de desarrollo de personas sanas creativas, autorrealizadas y éticamente responsables. Proponemos la construcción de condiciones accesibles para crecer en la relación y convertir las crisis y conflictos en verdaderas oportunidades de aprendizaje y desarrollo a través de la metodología sencilla, amable y práctica: El Espacio protegido de diálogo1.
“Durante mucho tiempo creí que hablar de ciertos temas sólo empeoraba la relación; cada vez que los tocábamos, nos lastimábamos, nos alejábamos… y por ello prefería evitarlos. A veces nomás me paraba de la silla y me iba; le advertía a mi mujer todo indignado “si vas a volver con tu mismo tema de siempre, mejor me voy”. Y me largaba sin importar dejarla toda trabada. Mi relación, cuando “estaba bien” era pobre y distante; cuando estaba mal era francamente destructiva. En cualquier momento brotaba de la nada la crisis, cuando alguno de los dos hacía o decía algo… Al final sólo nos quedaba, una vez más, el sabor amargo de la impotencia. Nuestros hijos inadvertidamente nos observaban y se convertían en depósito de nuestras broncas.
Nos asomamos al principio con escepticismo a esto del espacio protegido del diálogo; finalmente ¿que podíamos perder? ya peor era difícil estar. Poco a poco, sin embargo, nos pudimos escuchar y acompañar. Aprendimos a dialogar primero en momentos cotidianos y agradables de nuestra vida, de manera que cuando llegaban los conflictos, los verdaderos momentos difíciles, los temas espinosos e incómodos… estábamos preparados. Para sorpresa nuestra, descubrimos algo mágico: que después de dialogar de manera protegida nos sentíamos –a pesar de la crisis, o tal vez gracias a ella– más a gusto, más libres, más ligeros, más cercanos… el uno con el otro”. (M.P).
Los problemas complejos a veces requieren soluciones sorprendentemente sencillas, básicas, viables. El espacio protegido del diálogo es un recurso amigable que te invita a que lo conozcas, lo practiques y lo conviertas en esa apalanca de transformación social –comenzando con tu familia–. ¡Es posible comenzar ya a construir y cosechar relaciones de mayor calidad, calidez, confianza… Es algo a lo que tienes derecho: independientemente de tu actual situación social y financiera; independientemente de si estás en crisis o en armonía temporal; si tienes hijos pequeños o grandes; si están empezando o terminando el ciclo de la vida: si cuentas o no con casa propia; si estás formando una familia reconstruida o si eres padre o madre soltera… El diálogo protegido es una experiencia de gran impacto que ¡sí depende! de cada persona y familia; que puede iniciarse, no mañana que algunas cosas se arreglen, sino hoy mismo con un mínimo de disposición inicial. Te invitamos a asomarte a este recurso estimulante y sanador[1]1.
[1] Una síntesis de la propuesta metodológica del libro “el espacio protegido del diálogo” puede encontrarse gratuitamente en la “pestaña de material” (ver capítulo VIII) de esta página web.